Quizá te resulte familiar esta escena.
Estábamos en la sala de espera del hospital con nuestro hijo Gabriel. ¿Cómo es un hospital para un niño?. «Un sitio que huele raro, frío, aburrido, lleno de adultos, donde no puedes jugar ni hacer nada. Y donde tengo que esperar y esperar, mientras papá o mamá dicen que pronto me verá el doctor y me revisará».
Nuestro bebé tenía un año y medio en ese momento y nos dejó clara su incomodidad. Empezó a llorar y era muy difícil consolarlo, dadas las circunstancias. Además, a nuestro alrededor los adultos hacían «caritas» manifestando su malestar por el llanto. Era una situación difícil para todos: para los adultos presentes, que esperaban su turno en la consulta, para nosotros como padres y, sobre todo, para Gabriel.
Tras un largo rato, al fin llegó el momento de la consulta. Bien. Entramos con nuestro hijo y la dermatóloga le diagnosticó una dermatitis atópica, un problema que causa enrojecimiento e hinchazón de la piel. Salimos con una lista de medicamentos y con la idea de que tendríamos que visitar de nuevo a su pediatra, para informarle de todas las novedades sobre el pequeño.
Y así lo hicimos un mes después. Pero no era fácil. Imagínate: para ir a la consulta del pediatra teníamos que cruzar media ciudad, ida y vuelta, con todo el tiempo que eso conlleva y lo que supone un largo viaje para un niño. Además de ese obstáculo, el doctor no conocía a la dermatóloga y no compartían el expediente clínico de Gabriel. La incomunicación entre ambas partes se convertía en otro problema para nosotros: teníamos que recitarle al pediatra de memoria (y la memoria no es infalible) lo que nos dijo la dermatóloga sobre nuestro hijo. Además, llevarle las cremas y los medicamentos para que los viera y tomara nota y, por último, pedir permisos en el trabajo para visitar a ambos médicos. Ocuparse de todas esas labores y tener en mente tantas cosas y datos se añadía a la tarea de cuidar a Gabriel todos los días. Y ser padres ya es un trabajo a jornada completa, como vos sabés. Cualquier actividad adicional te quita tiempo para mimar y dedicarle atención a tu hijo. ¿No crees?
Una anécdota más que segura a todo papá le ha pasado.
Luego de todo lo anterior, en una revisión anual de Gabriel, fuimos a otro pediatra de un centro médico privado distinto. Mi esposa Margoth no pudo ir, así que yo, Román, acompañé a Gabriel. ¿Sabés qué me pasó? Que cuando tuve que decirle, como siempre, el historial clínico al nuevo doctor, olvidé el nombre de varios medicamentos. Es normal, claro. Si lo pensás bien, es complicado memorizar sus nombres «raros». Para resolver la cuestión, tuve que llamar a mi esposa, que es más ordenada que yo para estos asuntos. Pero los problemas no acabaron ahí. Tras recibir los resultados de los exámenes, percibimos que el nuevo pediatra opinaba distinto que el antiguo doctor, y nos preguntamos qué pensaría nuestra dermatóloga de todo esto.
Los problemas nos pusieron a pensar.
Nos cuestionamos por qué todo tenía que ser como era y por qué no podía ser de otra manera. Qué cómodo y eficaz sería un centro médico integral para niños donde todos los médicos y especialistas se comuniquen entre sí y compartan el historial médico. Donde conozcan a cada paciente y sus tratamientos particulares de forma personalizada. Un centro creado por padres que entiendan a padres e hijos, que no sea impersonal sino cálido y humano para los niños, y que ahorre tiempo a todos. Un centro médico que haga sentir a niños y padres como si estuvieran en casa: cercano, pero de calidad. Un lugar donde los niños estén cómodos, tranquilos y felices: que no les provoque el llanto del temor, sino la confianza de la buena atención.
Estas ideas empezaron a conectarse como las piezas de un rompecabezas. La semilla inicial empezó a germinar, pero necesitábamos materializarla, llevarla a la práctica. Tal vez te haya ocurrido lo mismo si has llevado a cabo algún proyecto nuevo. ¿Por dónde empezar? Al principio, emprender es tan confuso como encontrar la salida en un intrincado laberinto en mitad de la oscuridad, pero si tienes en el horizonte un objetivo, una luz, acabas consiguiéndolo. Y así fue.
Le dabamos vueltas y vueltas al proyecto. Era todavía un deseo y aún faltaba un plan de negocio. Se lo comenté a un amigo arquitecto, agente de bienes raíces y, por caprichos del destino, me llamó poco tiempo después y me dijo con tono decidido: «Román, sin que me lo pidas, creo que tengo un buen lugar para tu proyecto».
Aquel fue un giro interesante de los acontecimientos. De una idea, de un embrión de proyecto, ahora habíamos pasado a algo real y tangible. Un posible sitio donde establecer la clínica de nuestros sueños. Pero todavía faltaba lo básico: el dinero y, todavía más importante, la decisión. ¿Deberíamos hacerlo? ¿Es conveniente? ¿Sería correcto esperar un poco? El miedo existía, pero el centro médico y los valores que lo sustentaban iban haciéndose más y más posibles en nuestra mente.
Decidimos perder todo temor y duda.
Dimos el salto y comenzamos a poner las bases de la Clínica Pediátrica Kidoz. Así se llamaría. Había que probarlo, había que intentarlo antes de rendirnos. Si no, sabíamos que nos arrepentiríamos durante mucho tiempo. Quizá siempre. Vimos claramente que había muchos padres como nosotros, con hijos como el nuestro, y que queríamos ofrecer el servicio que nosotros deseábamos recibir. Así que, manos a la obra. Empleamos nuestros ahorros para la prima, hicimos la documentación para un préstamo y todo el papeleo, y entramos en contacto con buenos médicos de diversas especialidades, en busca de un servicio de gran calidad, tanto profesional como humano. Suena agotador, ¿o no?
Te confieso algo.
Para nosotros fue todo un reto. Los fundadores de la Clínica Pediátrica Kidoz no somos médicos, sino papás que querían crear un negocio enfocado en la felicidad de otros papás y de sus hijos, con la perspectiva de los padres por bandera. Yo tengo formación en Finanzas y mi esposa, en Sistemas. Así que hemos ido aprendiendo sobre lo relacionado con el negocio médico y sus métodos, sus requisitos y hasta sus curiosidades. En ese aprendizaje, nos motiva nuestro amor por las cosas bien hechas, así que le ponemos muchísimo empeño y cariño. También nos rodeamos de los mejores expertos y consejeros en medicina pediátrica y en la parte clínica, algunos de los cuales todavía nos acompañan hoy en nuestra aventura o nos hicieron grandes favores, como proporcionarnos el formato de expediente electrónico. Una de las personas que nos aconsejó fue mi propio fisioterapeuta, cuyo padre realizó toda la remodelación del edificio para adaptarlo como clínica. ¿Casualidad? No, no lo creo.
Nuestra Clínica nació en 2013. Ha crecido como una gran familia junto con nosotros. Cuando Gabriel se enferma, ya no tenemos que pasar por el calvario de antes: de viajes largos y tediosos al otro extremo de la ciudad, de esperas sin final a la vista, de adultos malhumorados por la inquietud de los niños. Ahora lo atendemos en nuestra clínica de forma integral, con un nutrido grupo de profesionales de la medicina que forman un equipo sólido. Y como Gabriel, los hijos de muchos clientes forman parte de nuestra gran familia. Ofrecemos todo lo que tu hijo necesita: pediatría, endocrinología, dermatología, odontopediatría, ortopedia y más.
Hoy, cuando un niño sale de nuestra clínica llorando, mi esposa y yo nos sentimos satisfechos.
«¿Por qué?», te preguntarás, ya que suena muy raro. ¿No era eso lo que queríamos evitar? La cuestión es que ahora los niños no lloran porque lo pasan mal, sino porque no quieren irse. Después de la consulta, tu hijo tiene un lugar único para relajarse y jugar, donde se siente como en casa..
“Nuestra mayor bendición ha sido nuestro hijo Gabriel. Nosotros como cualquier padre de familia entendimos la inmensa responsabilidad que significa tener un hijo y brindarle las mejores condiciones dentro nuestras posibilidades. Es por esto que la idea de crear este Centro fue pensada desde la perspectiva de padre, planteándonos en todo momento la visión de que debemos tratar a nuestros pacientes, tal cual queremos que traten a nuestro hijo Gabriel.”